lunes, octubre 6

Flor De Otoño.

A Matilde parecía no importarle nada. Alta y grácil, la joven se escabullía a prisa en los recovecos de la soleada pero tibia ciudad, enfundada en aquel vestido verde que tan solo a ella se le veía tan bien. Caminaba con actitud por entre la gente de rictus gris que deambulaba por las calles, con ese dejo de soberbia que tenia al caminar, con ese aire altivo que solo se dibujaba en su rostro cuando sabía la situación. Debía llegar rápido a aquel café, debía apurar el paso ya que varios minutos de retraso llevaba, pero, ¿debía ir realmente, entre si se decía, a ese encuentro?, la pregunta le rondaba desde el día que acordaron juntarse, pero no le atribuyo tanta importancia hasta este momento, a un par de cuadras a llegar. Mientras esperaba que el semáforo diera luz verde, una idea cruzo su cabeza, algo alocada como viable, decidió enviar un mensaje de texto a quien la esperaba, excusando dolores y molestias que le harían imposible poder ir al café, que infantil, he esperado tanto por este momento, no puedo faltar, pensó cuando cruzaba la calle Woolf, aquella calle de flores que perfumaba el ambiente gracias a las colombinas, buganvillas, jazmines y valerianas que crecían a destajo, mientras veía caer de los árboles las ultimas hojas que dejaba morir el otoño, pero en realidad no se si deba ir, sentencio al llegar a la otra vereda, mientras unas nubes se posaban frente al sol. Un sentimiento de desazón le oprimió el pecho, ya que ella sabía a cabalidad que no tenia por obligación ir, que tenia toda la libertad y el derecho a faltar, que en cualquier momento podía devolverse a su casa y olvidar que tenía un compromiso. Entro al parque Varín y se sentó en una banca próxima a una pileta, encendió un cigarrillo y se llevo una bocanada de humo que la relajo por un momento, por alli se escuchaban a los niños jugando y detuvo su mirada en ellos, abstraída con tanta diversión ajena, tan libres de preocupaciones y problemas, murmuro mientras el viento se colaba en su pelo azabache. De pronto supo que un cigarrillo no la calmaría por completo y sintió terribles ganas de llorar, llorar y llorar hasta secarse por completo, llorar sin importar quien la viera, llorar por no saber que hacer, pero solo unas pocas lagrimas asomaron en su cara, sabia que era frívola la razón, mas nada podía hacer en ese momento. De la Matilde decidida y apurada poco y nada quedaba, ahora era un ente que dudaba, un cuerpo que divagaba en la penumbra de su pensar, una muñeca de trapo que podía ser manejada a voluntad de terceros, ahora en verdad no le importaba nada, pasara lo que pasara ella permanecía inmutable, como si se hubiera suprimido el asombro de ella. Apago el cigarrillo en el suelo, saco de su bolso espejo y maquillaje, tratando de tapar de su rostro el pequeño rastro de llanto y amargura. Tonta, se dijo en voz alta después de un largo silencio, apoyando ambas manos en las tablas de la banca, frunciendo el ceño, apretando los dientes, limpiando de si toda perturbación. Unas palomas se posaron en la pileta y se quedaron mirándola fijamente, como si fueran agentes encubiertos decididos a espiarla, al menos ella lo pensó así. Se levanto, decidida pero temblorosa, y emprendió camino hacia el café, con la mirada perdida y postergada en el silencio de su ser. No vio gente ni autos, solo sombras que pasaban a su lado o que la hacían detenerse, el ruido urbano ya no era el que acostumbraba oír, sino que era una ola de sonido que bajaba y subía intensidad, le molestaba esa estridencia y la hacia apurar el paso. No supo como ni en cuanto llego, pero ahí estaba ella, en la puerta del café “Adeline”. Al entrar al lugar se percato que nadie estaba ahí, vio las mesas desocupadas siendo limpiadas por un garzón, y otras con tazas y galletas aun sin retirar. Se sentó en una ya limpia y dejo su celular en la mesa, a lo que se acerco el garzón y pregunto si iba a ordenar algo.

-Un vaso con agua, por favor- dijo ella rápidamente, sin despegar su vista hacia la calle. La soledad con la espera se sentaron a su lado, mordía sus uñas compulsivamente y veía la hora en el celular a cada momento, por fin llego el agua, la tomo a grandes sorbos y calmo su sed. A su espalda había una puerta roída por el tiempo, que se abrió por dentro, Matilde giro su cuerpo para ver quien iba a salir, y resulto ser un hombre de edad importante, sin ser viejo tampoco, llevaba camisa beige y pantalones negros, estatura promedio y algo entrado en kilos. Se quedo mirando fijamente a la muchacha que había alli, ella debe ser, dijo en voz baja. Al ver que aquel hombre se acercaba hacia ella, su cuerpo se entumeció, el debe ser, pensó ella.

-Perdón, ¿tu eres Matilde Storni, cierto?- pregunto con voz grave el hombre
-Si, – contesto emocionada, y recuperando el sentido pregunto- ¿Cómo supo quien era yo?
-Porque ya nadie entra a este lugar.- respondió seco y con franqueza, tomo un poco de aliento y le dijo- espérame aquí un momento.

Se devolvió a la puerta y Matilde lo siguió con la mirada, expectante, nerviosa, ansiosa de que volviera, porque ya toda la espera había terminado, porque todas las cartas y llamadas telefónicas no se comparaban a este momento sublime, porque todos estos años ya se habían resumido en minutos, porque ya no aguantaba mas el poder decirle que hace tiempo ya lo había perdonado, que era hora ya de recuperar el tiempo perdido, que no aguantaba las ganas de abrazarlo y decirle: te quiero papá. El hombre volvió con una caja de madera en sus manos y se la paso, Matilde la abrió y en ella vio unos pequeños zapatos rosados de bebe, un montón de cartas sin abrir amarradas con un elástico que la tenían a ella como destinatario, avioncitos metálicos, mínimas tazas de porcelana, y lo que mas le llamo la atención, una foto antigua de su mama con ella cuando bebe tomada en brazos, y al lado un hombre que no se parecía en nada al que le había entregado la caja, al reverso decía “verano del 81, Playa Vicente del sol”. Ella lo miro con extrañeza, mientras no dejaba de sostener la foto. Posando su mano en el hombro, el hombre le dijo con un tono quebradizo:
-Tu papa quería que tuvieras esto, me dijo que no tenia el valor de dejártelo en persona.

El atardecer ya se acercaba con su tono anaranjado en el cielo y las últimas palomas que andaban en la calle emprendieron vuelo a destinos insospechados. Matilde salio del café acompañada del hombre, gracias, le dijo ella mientras se alejaba de la puerta, con la caja en su mano, con sinceras lagrimas en los ojos. Llegando al parque Varín prendió un cigarrillo, miro la foto otra vez y supo que había sido lo mejor, acaricio la parte donde estaba su padre, lo beso y la guardo con mucho cuidado. Las cartas vendrían después en la tranquilidad de su casa, con una buena taza de café.

Philip Glass, The Hours.

3 comentarios:

Camilí dijo...

ia te lo dije por msn.
te lo repito.
me sorprendio.
me estremesio.
sin darle color.
la musica esta perfecta.
y tubo un final ke nunca me imagine.
te felicito pekeño literato :D

marii dijo...

me encanto =)
como te dije anoche... amo los cuentos... relatos breves ke si dejan mucho y te estremecen completamente...
y la música perfecta... parecida a la banda sonora del "ilucionista" no sé me recordo a aquella pelicula...

pero nah... el cuento hermoso =) sobretodo amo cuando describen tantons detalles y con finales ke no son comunes =)

Fede Carré dijo...

esta bastante bueno...
te emncionatria errores de redaccion pero no vienen al caso
na ke ver po
centremonos en el cuento..
esta muy bueno
a decei verdad, y para ser sincera
se me habia olvidado leerlo
hoy lo recorde , lo busque y lei
...
el final es cuatiko
esta muy bueno
sigue asi po
sale de lo comun de
tus escritos que son siemptre como de la misma onda
este es un cuento, y por ser diferente es genial... tu hijo
debes estar too chocho jajaja
un beso lokillo
nos estamos viendo
suerte en todo
nos leemos